Hace meses, cuando publiqué
la primera parte de esta que seguramente iba a ser una serie de
escritos dada la complejidad del tema, pensaba seguir poco a poco
desarrollándolo, dependiendo del tiempo que tuviera a disposición
para hacerlo y de la inspiración.
La suerte me regaló ayer
este escrito, no son mis palabras aunque podrían bien serlo. Es la
experiencia de un hombre aunque sus vivencias y sus experiencias se
aplican sin ningún inconveniente a las mujeres... Así que,
adoptando las palabras de este desconocido al que le estaré siempre
muy agradecida por haberse tomado el trabajo de escribirlas, aquí
las dejo para que se hagan mías y de quien más las quiera adoptar.
AMOR LIBRE
Todas mis
relaciones de amor habían sido más o menos así: al principio
conocía a una persona maravillosa, uníamos nuestros horizontes,
vivíamos experiencias increíbles juntos y acabábamos
enamorándonos. Al principio nos sentíamos más libres juntos, de lo
que nunca nos habíamos sentido por separado, y el mundo parecía
lleno de ilimitadas posibilidades y felicidad salvaje.
Pero
lentamente, sin confiar en el resto del mundo o en el futuro en el
que podríamos no sentir todas estas cosas maravillosas, construíamos
nuestra relación como si fuera un castillo, para dejar fuera el
mundo peligroso y frío, y proteger nuestra pasión convirtiéndola
en una institución. El sexo, que al principio era algo surgido de la
forma más natural y libre, se convertía en celos guardados como el
sello que santificaba nuestra relación de amor, como prueba de que
era diferente de todas nuestras otras relaciones (esto, visto en
retrospectiva, parece un rol muy extraño para el sexo).
Inevitablemente,
me levantaba un día y me daba cuenta de que la pasión libre que nos
unía se había esfumado y había sido reemplazada por el hábito, la
rutina y el miedo a los cambios: el castillo que habíamos construido
se había convertido en una tumba, encerrándonos dentro y lejos del
mundo exterior, que habíamos estado necesitando para ofrecer nuevas
cosas a la otra persona. Dentro del ataúd, cada vez discutíamos
más, cada uno exigiendo a la otra persona demostrar su amor,
sacrificando cada vez más cosas, cuando el amor se supone que debe
permitirte vivir más, no impedir tu participación en una comunidad
más amplia a cambio del aseguramiento de una compañía básica.
Enamorarse era como encontrar una entrada secreta al jardín del
Edén, una economía de regalo en la que compartíamos todo sin
preocuparnos por un "trato justo", pero ahora volvíamos a
esa economía del intercambio, compitiendo para ver quién necesitaba
más, quién podía controlar más. Tras todos mis intentos de
trascender los roles estereotipados de la gente en las relaciones
amorosas, de repente me daba cuenta de que era un "novio"
otra vez, con una "novia" (lo cual no es un rol muy
saludable para nadie en esta sociedad sexista), sin tener ni idea de
cómo había ocurrido.
Empecé
a pensar cual es la razón por la que continuamos cayendo en estos
patrones, y cómo podríamos evitarlos. El tema de la limitación
seguía apareciendo; la idea de que algunas cosas deben tener límites
para que la relación funcione. Con mis amigos, nada tiene límites,
y nada es exigido: nos ofrecemos lo que cada cual puede, cuando puede
darlo, y no exigimos nada que no salga de forma natural para los
demás. Decidí
investigar qué otros modelos de relaciones amorosas existen, y
descubrí que hay una larga tradición de relaciones sin estos
límites y expectativas: relaciones no monógamas, o "abiertas".
No
estoy intentando decir que las relaciones monógamas sean malas, pero
hay miles de tipos de relaciones, y generalmente solo nos permitimos
una sola forma, y esto es ridículo. Exploremos un poco.
Cada
vez que oigo algo sobre algún esposa/marido/novio/novia engañando,
cada vez que oigo a alguien hablando con orgullo sobre cómo (en el
nombre de la monogamia) ha conseguido resistirse a hacer algo que
realmente deseaba, cada vez que tengo que escuchar a alguien
patéticamente lamentándose de sentirse atrapado en una relación o
incapaz de satisfacer sus deseos por algún tipo de miedo, cada vez
que tengo que presenciar a alguien mirando como un voyeur ("no
hay nada malo en mirar si no tocas..."), se me retuerce el
estómago de ver cómo estamos atrapados en este sistema de
relaciones de una sola opción, aceptando estos síntomas de ahogo
como inevitables en vez de experimentar con las otras posibilidades.
Ante todo, nuestro convencimiento de apoyar la monogamia como la
única opción nos impide ser honestos con los demás. Tenemos que
atrevernos a cuestionar todas estas complejidades de la vida y el
deseo de forma abierta, incluso si resulta doloroso.
Si
vamos a cuestionar la forma en que funciona el mundo, deberíamos
llevar este cuestionamiento a nuestras propias relaciones personales
y a lo mejor intentar alternativas ahí antes de proponer soluciones
para los males del mundo; si realmente tenemos soluciones para los
males de la sociedad, vamos a ponerlas en practica para solucionar
los males de nuestras relaciones.
Continuará...
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